Nací en Barranquilla, también llamada la ‘Puerta de Oro de Colombia’. Desde pequeña disfruté de platillos procedentes de emigrantes que entraron a mi ciudad en vapores y barcos por el río Magdalena.
Por parte paterna, mis antepasados provenían de España, con la abuela Julia de raíces sefarditas. Por el lado materno, teníamos parte italiana y cubana.
Mis amistades cercanas tenían raíces parecidas a las mías y otras libanesas, israelís, suizas, alemanas y árabes. A este cocido de culturas, le añadimos la parte indígena del país y la herencia africana, quedando con un delicioso caldero de comidas globales.
Desafortunadamente no viví con mis padres, pero aún así tuve una vida llena de cariño. Al separase mis padres, fui a vivir donde mi tía Ali, la hermana mayor de mi papá, y con mi tío Rodrigo.
Desde pequeña andaba metida en la cocina. No puedo decir que tenía deseos de ser chef, sino que era ‘buena muela’, como decía María Escorcia, nuestra cocinera. ‘Mamaesco’, como la llamaba, me enseñó a moler el coco, exprimirla la leche y freírla hasta crear el titoté. Me enseñó a preparar su famoso arroz con camarón y a hacer enyucado. Además de la cocina, ‘Mamaesco’ me entretenía echándome cuentos de piratas y sirenas, y me invitaba a oír radionovelas como Kalibán, el hombre increíble.
Nuevos aires
Al graduarme de la escuela, me fui a Miami, Florida, a estudiar en la universidad y obtuve una licenciatura en Sociología y Relaciones Internacionales, aun cuando mi pasión siempre fue de escritora.
Durante los años universitarios, salíamos todos los compañeros a la playa o a la discoteca, pero terminábamos en mi apartamento, yo en la cocina preparando cualquier cosa, mientras ellos gozaban con tertulias sobre cómo cambiar el mundo.
Al graduarme terminé en el campo de recursos humanos, como directora de capacitación para una cadena de hoteles internacionales. Pero en vez de estar en la oficina, siempre me podía encontrar en el departamento de comida y bebida o en una de las cinco cocinas que había en el hotel.
Me casé con mi gringo Steve y luego de unos años tuvimos a Gaby. Decidí no volver al hotel, aunque amaba a mi trabajo. Preferí quedarme en casa con Gaby pero, luego de unos meses, decidí que era hora de hacer algo nuevo que me permitiera salir de casa y al mismo tiempo dedicarle mi tiempo a mi hija. Entonces decidí ejecutar mi talento culinario, luego de sugerirle a una amiga que tenía una práctica de nutricionista que me dejara cocinarle a sus clientes. El pacto nos favoreció a ambas. Debajo de su oficina había un restaurante que solo abría en las noches. Lo alquilamos durante el día y le empecé a cocinar a sus clientes.
De la noche a la mañana se le ocurre a Steve proponerme viaje transcontinental al estado de Montana, donde visitábamos a menudo. Como buena aventurera, cedí y nos mudamos en 1998.
Desafortunadamente tuve que dejar mi práctica pues no había la clientela para mi carrera de chef privado.
Aproveché otro talento que le saqué a mi mamá: el de diseñadora de interiores. A mi papá le saqué la labia. Combiné ambos talentos con ventas de interiores de pisos para casas. El mercado aquí en Bozeman estaba robusto y me fue muy bien. Llevaba de regalos a los arquitectos y constructores un pique de cilantro que me inventé con una bolsa de tortillas chips mexicanos, y luego de un rato, me sugirieron que lo debía empacar y vender en los mercados.
Luego de vender las salsas en los mercados, empecé a hacer pop-pus y la pasión que me inculcó ‘Mamaesco’ ser convirtió en una nueva carrera.
Toda mi vida, desde pequeña, he apoyado al agricultor. Mi tía Ali me llevaba al mercado público con ‘Mamaesco’. Ahí aprendí a negociar y a apreciar la gran labor de la persona que cultiva nuestros alimentos. En Miami me fue fácil encontrar ingredientes parecidos o iguales a los nuestros, pero aquí en Montana lo único que encontré que se producía en el estado y era parte de nuestras comidas fueron las lentejas y los garbanzos.
Su amor por las legumbres
Me hice amiga de los productores de leguminosas orgánicas y en 2015 se publicó un libro sobre ellos: The Lentil Undergorund, escrito por Liz Carlisle. Liz me invitó al tour del libro que empezó en su alma mater, la Universidad de California en Berkeley. Tuve el placer de cocinarle al autor, Michael Pollan, quien alagó nuestros tamales de lentejas. Enseñé en la Universidad de Stanford en la cocina inaugurada por el chef famoso, Jaime Oliver.
Ahí comenzó mi misión en promover las lentejas y garbanzos de Montana.
Montana es el primer productor de lentejas en los Estados Unidos, pero la mayoría de la gente no come esta deliciosa leguminosa. Decidí que eso tenía que cambiar.
Encontré una fuente de fondos comunales y apliqué. Me otorgaron dinero con el cual pude llevar a mi Caravana de Lentejas a los pueblos rurales del estado. Con la ayuda de mis amistaste de cultivadores orgánicos, organizamos clases en colegios, en centros para ancianos y en el hospital.
Hoy día trabajo con Weston Merril del departamento de Agricultura, sección de leguminosas, en la iniciativa Hola Montana.
Durante los dos años en que recorrí los pueblos rurales de Montana promoviendo las lentejas, acumulé cientos de libras de leguminosas que me regalaban los granjeros. Un día, al contar los galones que tenía en el garaje, conté 400. ¿Qué voy a hacer con todas estas lentejas?, pensé. Ya mi familia estaba cansada de comer leguminosas casi a diario. Ahí fue cuando se me iluminó la cabeza con una idea fabulosa: Voy a alimentar a mi pueblo de Bozeman.
Y así empecé… Primero con 10 invitados, hasta nuestra última cena en agosto del 2021. Debido a la pandemia, tuvimos que suspender las cenas en comedores y solamente ofrecerlas en parques al aire libre.
Escojo un menú internacional y le agregamos lentejas, garbanzos y guisantes a todo. Nuestra última cena se enfocó en mi Colombia. De menú preparé una ensalada tropical con lechuga, mango, pimentones, lentejas beluga y un aderezo de vinagreta de mango. Luego la acompañamos con un arroz con pollo al estilo costeño, pero les di un toque de garbanzos negros. ‘Mamaesco’ me enseñó a preparar unos plátanos pícaros, los cuales cubrí con las lentejas españolas, pardina y queso fresco. Tengo conexiones en todos los supermercados y me ayudan a conseguir productos como plátanos, papayas, etc. Contraté a un DJ y le preparé una lista musical con ritmos de cumbia, salsa y vallenatos. La gente disfrutó mucho y recibimos $850 en donaciones que tenemos para los gastos de nuestra próxima cena gratis en mayo.
Desde pequeña he sido muy creativa y me encanta inventar. Cuando mi mente esta libre de preocupaciones, ya sea al echar unas caminatas largas o irme de trekking, me inspiro. Al llegar a la cocina empiezo a crear los platillos teniendo en cuenta los colores, las texturas, las especies, y el modo de preparación. Siempre hay música, desde cumbias hasta jazz y clásica. Mis ingredientes favoritos tienen raíces caribeñas, mediterráneas y del Medio Oriente, aunque amo la comida italiana y la del sur de los Estados Unidos que tienen raíces africanas.
El mejor consejo que tengo que dar es que lo nuestro es pasión. Las horas son largas en este campo. Muchas veces tenemos que empezar en trabajos que no nos llaman la atención, pero si queremos ser exitosas en la culinaria, debemos saber cómo manejar todas las áreas de la cocina.
Les diría a mis amigas jóvenes que se mantuvieren al tanto de las noticias, los trends y que consideraran otros campos como el blogging, chefs privados, el catering o estilista de alimentos y fotografía.
Ser mujer en un campo dominado por hombres nunca me ha inconvenido. No sé si es porque Bozeman es un lugar pequeño, o tal vez porque no he estado en competencia con nadie en referente a buscar trabajos de chef en restaurantes. En cambio, cuando trabajé en construcción y diseño, encontré más fricción, pero me hice respetar. Al principio pensaban que el ser mujer y me quitaba experiencia en las cosas técnicas; pero cuando empezaba a hablar y a contestar las preguntas que ellos tenían, me ganaba el respeto.
Así como Tata en el libro Como agua para chocolate, el mejor ingrediente, es hacerlo todo con amor.
Descubre la receta de falafels colombianos con maíz y canela de la chef Claudia Galofre-Krevat.
Claudia Krevat es una chef colombiana, nacida en Barranquilla, residenciada en el estado de Montana desde hace más de 23 años.
Es chef y diseñadora de recetas, la mayoría de ellas basadas en leguminosas.